viernes, 23 de diciembre de 2011

CUENTOS DE NAVIDAD

Tratando de mantener viva una tradición que el año pasado rindió interesantes frutos, henos aquí con una  nueva entrega de los Cuentos de Navidad de la Cueva del Alcaraván. Ciertamente este no ha sido un año muy prolífico y ha habido grandes baches en nuestras publicaciones, sin embargo, estamos una vez más, reflejando a través de las creaciones del grupo, su particular y plural visión de esta época, con su contradicción, esperanza, desazón, farsa o ilusión.




La espera


Aristides Cajar Páez

Era diciembre y tenía que aparecerse. Los dos hermanos mantenían su convicción navideña y una fe a prueba de balas. No creían que fuera un mito ni la mera habladuría de la gente, un cuento para niños de quienes querían insistir en mantener una leyenda tonta. Incluso, decían, había imágenes  en donde se le veía sobrevolando la ciudad en la noche. Como muchas cosas, los gringos habían contribuido a acrecentar el mito, lo habían convertido en un verdadero e ineludible icono. Ah, los americanos y su sentido del espectáculo, el show y el negocio...  Pero ellos sí creían que era verdad y estaban dispuestos a cualquier sacrificio con tal de comprobar la validez de su fe. Cualquier dolor, cualquier horror había sido poco. Este diciembre creían que por fin podrían verlo. La ilusión, que mantenían desde pequeños, los empujaba. Al menos la emoción de sus viejos era verdadera, sus lágrimas, los recuerdos de noches pobladas de estruendo y luces intensas. No hicieron caso de la prohibición. Se quedaron hasta tarde, esperando verlo, ocultos, sigilosos. Incluso cuando una señora dijo en voz alta: 'no va a aparecer', ellos no le creyeron. Era navidad. ¿Cómo podía no aparecer? Entonces el milagro se produjo frente a sus ojos ávidos. El anciano estaba allí, un poco lejos, pero real. Más delgado de lo que imaginaban. Se veía de mal humor y manoteaba, molesto y cansado. El milagro había sucedido. Ya sabían con exactitud cómo era el rostro de Noriega.






Odio la Navidad




Óscar Castaño Llorente


Odio la navidad. Nada me contagia de tanto rencor como las fiestas de fin de año. Me dan ganas de cometer suicidio, pero eso sería rendirle un homenaje definitivo a unos días fatuos y pasajeros, tan rebosantes de grasa y de mentiras.

Mi aversión inició siendo yo muy pequeño, por partida doble. En ese entonces vivíamos en ciudad de Panamá y mis padres se divorciaron apenas cumplí tres años de edad. Mi papá ganó la custodia, la patria potestad y todo cuanto un padre hace cuando quiere retener a sus hijos. Mi hermana y yo partimos con él para Bogotá. Nos fuimos a vivir a la casa de mi familia paterna.

Mi papá tan sólo tenía 25 años, y no era más que un flaco inseguro sin profesión alguna, que creía tener un talento especial para inventar historias. Hasta entonces había sido un mentiroso espectacular cuyas crónicas publicadas en La Estrella de Panamá, en la revista Cromos y el diario El Espectador, se basaban en los rumores alucinantes de las musas del alcohol. No había forma de detenerlo y mucho menos de comprobar la veracidad de lo que escribía en las columnas que de buena fé a él se le ofrecían.

Pocos los ingresos, grandes las limitaciones, la Navidad la pasábamos de largo. En noche nueva nos íbamos a dormir a las nueve. Durante los días siguientes tratábamos de quedarnos en casa porque de alguna manera nos dolía la felicidad de nuestros amigos de barrio, pifiosos con sus regalos, sus juguetes, sus Atari y sus bicicletas, y estrenosos con sus ropas nuevas de vestir. Así hasta que llegaban los Reyes Magos.

La segunda causa de mi odio hacía la navidad radica en la religión profesada por mi familia paterna. Mis dos abuelos y mis 15 tíos profesaban con rigurosa homogeneidad el credo de los Testigos de Jehová. Por supuesto que dicha uniformidad duró muy poco, y muchos de ellos terminaron por parecerse a los seguidores de alguna secta satánica, con sus manías psicóticas, con sus deliciosas perversidades sexuales, con su inconsciencia sin fin. Esa temporada en aquella casa de setecientos metros cuadrados duró diez años, década en la que no se celebraba nada. Ni siquiera la llegada de nuestro señor Jesucristo.

Pero todo placer se paga y todo sacrificio tiene su recompensa. Habíamos abandonado la casa de los abuelos, mi padre subía posiciones sociales a través del periodismo, parecíamos una especie de nuevos ricos a los que les fascinaba leer, y en diciembre de 1986 perdí yo mi virginidad en temas navideños. Nos había invitado a pasar la noche de pascuas una senadora del Tolima Grande que admiraba a mi papá por su inteligencia y sus soluciones novedosas a los problemas de la política. Fuimos a su casa tipo chalet de dos mil metros cuadrados, repleta de esculturas en bronce y obras pictóricas de los maestros Alejandro Obregón y Fernando Botero. La casa quedaba en la montaña de La Calera.

Llegamos a las nueve de la noche, y al entrar a la mansión mi atención se la robó un árbol de navidad de al menos dos metros y medio de alto. Después nos sentamos, más tarde se cantaron los villancicos y a las doce empezó esa repartidera de regalos que siempre detestaré porque para mí y para mi hermana no había nada. Al fin y al cabo éramos los invitados. Había llegado la hora de tomar venganza.

Entregaron los regalos, y la sobrina nieta de la senadora, una Blancanieves en ese entonces tres años mayor que yo, empezó a hablarme con ese deleite de las mujeres que ya se saben hermosas. Primero me retó con palabras de reproche por no cantar los villancicos. Luego me preguntó sobre el árbol: “¿Acaso no los conocías”. Y al final de aquella conversación de infierno me pidió que la acompañara a subir a la terraza de la casa dizque “a ver las estrellas”.

Delante de nosotros Bogotá se extendía como una sábana oscura cubierta por las luciérnagas. Era la madrugada, el frío increíble y mi inseguridad pasmosa. Ella se acercó y con sus manos elásticas que todo lo podían, y juro que jamás las olvidaré, me empezó a tocar en partes de mi cuerpo como si ya lo hubiera recorrido cien veces. Me besó con ternura y después me mordió la lengua. Yo me dejaba arrastrar como una muñeca de trapo. Abajo, en la casa, nos ignoraban las carcajadas, la música y el estallar de los corchos. Arriba, nosotros, que estábamos próximos a disfrutarnos, ella con su sapiencia de anciana y yo con mi deseo vindicante.

Terminamos y regresamos a la fiesta. A las cinco de la mañana mi papá, mi hermana y yo volvíamos a nuestra casa. Siete horas después añoraba el vértigo compartido con mi joven anciana. Era la hora del almuerzo.






sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Crisis? ¿qué crisis?


Manifestantes en Bocas del Toro llevan a un herido
por la represión policial (2010).


No pasa nada


Aristides Cajar Páez


No.
Aquí no está pasando nada.
Es más. Hace tiempo que no pasa nada.
¿Cómo? ¿Una crisis, dicen?
No. Eso lo dicen los resentidos, los que no creen, los que no se interesan por participar. Este gobierno es lo máximo. Bueno. Al menos eso es lo que (se) dice el gobierno. Lo que quiere creer(se).
El presidente Ricardo Martinelli decidió sacar de la cancillería a su vicepresidente y "amigo" (lo dice él) panameñista  Juan Carlos Varela, decisión que hizo que los aliados seguidores de la doctrina de Arnulfo Arias abandonaran en masa el gobierno e hicieran (se hicieran) más evidentes los graves abusos, contradicciones y atropellos que han caracterizado la actual gestión de gobierno. La humillación parece tener un límite, aún para un político bisoño y paciente hasta la desesperación, frente a las tropelías y desplantes de su 'coequipero'. Furioso, al verse cuestionado por un grosero chanchullo que se iba a fraguar, lo botó. Las fisuras se volvieron grietas que al final provocaron el desplome de la fachada, causando multitud de heridos y contusos: dejaron a la deriva compromisos internacionales y una agenda de encuentros que tal vez habrían sido del algún provecho para el país (tal vez no, pero ya no lo sabremos), dejaron comprometida la gestión económica,que ya estaba  plagada de acrobacias temerarias, ninguna claramente beneficiosa para la clase trabajadora, hay que decirlo, proyectos de vivienda que iban a favorecer a algunas comunidades humildes (nada de hacerse ilusiones, pero eran algo, al menos) la gestión de la cultura (controlada, pobre, maltratada), la precaria interlocución con los grupos indígenas  y otras iniciativas más o menos. Pero no. El gobierno insiste. Aquí no pasa nada.
Solo que se evidencia cómo poco a poco, todos los órganos del Estado van alineándose con la voluntad del mandatario,  se tuercen leyes, se inventan otras y se saltan todas las reglas, todas las promesas, todos los controles, se desmonta el esquema democrático que le ha dado cierta 'estabilidad' al país en los últimos veinte años, que ha permitdo que esto sea 'vivible'. En medio de la debacle el gobierno aprovechó la confusión para dar por terminado el diálogo con los afectados por la represión en Bocas del Toro en 2010, la cara más visible de la furia de la actual adminsitración, heraldo y advertencia de lo que son capaces de hacer cuando no se siguen sus directrices, cuando un grupo de panameños, armados con poco más que sus razones, se le enfrentan a la voluntad incontestable del monarca. Muertos, ciegos, viudas, huérfanos habrán de conformarse con una misérrima compensasión, un simple finiquito laboral, al que nunca se le reconoció el estatus de indeminzación, como lo exigían las  víctimas, unos centavitos de caridad para poner curitas, unas ayudas condicionadas al silencio, más parecidas al chantaje que a la compasión, hecho todo con cálculo de oprtunidad. Hay que apaciguar a los feroces, hay que sedarlos para que no puedan morder, fue esa la táctica del gobierno. Habiendo abierto tantos frentes, hay que empezar por contener a los que ya dieron la pelea y lo arriesgaron todo (y lo perdieron todo. Ya se sabe, cuando no hay nada más que perder está todo por ganar) Y sobre el dolor y la ignominia siguen gravitando las espadas de Damocles de los procesos penales pendientes contra los 'sediciosos' (esa palabra me suena, me trae recuerdos de otra vida). Estas torpes líneas solo sirven para congelar unos cuantos hechos de algo que sucede a una velocidad de vértigo (como le gusta al mandatario, todo rapidito ¿aquello también?) y cuando alguien las lea tal vez estemos en otro escenario. Pero claro, eso no importa a la larga. Probablemente alucinamos.
Como dicen los nuevos ministros mineros (ahora triunfantes).
Aquí no pasa nada.

domingo, 26 de junio de 2011

Disculpas y homenajes

La ministra panameña de trabajo Alma Cortés pidió disculpas públicas la semana pasada por los dichos  amenazantes que había proferido días atrás contra el compañero de La Prensa, Santiago Cumbrera por una serie de reportajes que desnudaban las realidades, los intereses y los verdaderos beneficiarios de un programa de empleos para jóvenes que en más de un año había logrado muy poco para colocar a los miles de muchachos que con ansiedad buscaban insertarse en el mercado laboral creyendo en la promesa ruidosa del gobierno. Las disculpas llegan tarde y no suenan sinceras. Es más, conociendo el estilo matonero de la señora ministra es de sospechar que estas disculpas son más bien una maniobra de cálculo político para no dañar más la maltrecha imagen del gobierno (labor en la que ella ha sido bastante eficiente, por cierto) y lograr algún rédito. La abogada, responsable de prender este país hace ya un año con los disturbios más graves y trágicos de los últimos 20 años, en Bocas del Toro, no suele dar puntada sin dedal. Más nos vale a los periodistas no creer en gestos que más bien parecen morisquetas y permanecer muy atentos a los movimientos que seguirán.


Aristides Cajar Páez

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Mejor hablemos de cosas más agradables.

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El jardín de las cenizas


Con la presentación la semana pasada de la novela El jardín de las cenizas, la escritora panameña-nicaragüense, Gloria Guardia, completó su ciclo
histórico 'Maramargo' una exahustiva revisión de la historia de Panamá y Centroamérica, a la luz de la tensa y desigual relación con Estados Unidos, las luchas nacionalistas, la disección de una sociedad hipócrita y cortoplacista, sus conspiraciones y secretos pero también su heroísmo y sus ideales. El tema del Canal, los militares, la invasión, gravitan en torno a toda la serie. Guardia es una investigadora minuciosa, y ha tardado años en recopilar la información histórica de la que se sirvió para conformar este y los otros volúmenes de la serie. Como académica, tiene disciplina y rigor, además de una disposición hacia el perfeccionismo que hace que su obra sea muy sólida aunque a veces, pudiera parecer un poco falta de calidez y difícil de abordar para un público no cultivado o informado.

-ACP-

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Leonora


La muerte de la pintora y narradora surrealista británico.mexicana, Leonora Carrington el pasado 25 de mayo, a los 94 años y la coincidente aparición del libro-homenaje 'Leonora', de la escritora Elena Poniatowska parecen de aquellos acontecimientos agridulces que el azar o el destino permiten que sucedan. Poniatowska, amiga de Carrington, había publicado apenas unos meses atrás la biografía novelada de esta. No sospechaba que fuera a ser una suerte de testamento, que es en lo que finalmente se convirtió. 'La novia del viento', como la llamaba Max Ernst, uno de sus amores, fue una de las pocas mujeres que suscribió al movimiento surrealista, de Dalí, Joan Miró o André Bretón, y que evocaba en sus cuadros sus propias transgresiones de la realidad y sus creencias en lo esotérico, que anduvo por la Europa de la Segunda Guerra Mundial, huyendo y combatiendo al fascismo, y que encontró refugio final en el mágico México de Rivera y Frida, a quienes conoció. El tono infantil y a la vez transgresor de sus textos resulta muy interesante, a veces alucinado y potencia y explica más sus misteriosos, visionarios, grotescos y a veces graciosos cuadros geniales.

He aquí un texto de ella. (y los cuadros también son de ella)



El enamorado



Leonora Carrington


Paseando al anochecer por una callejuela, hurté un melón. El frutero, que estaba escondido detrás de sus frutas, me atrapó por el brazo: “Señorita, me dijo, hace cuarenta años que espero una ocasión como ésta. Cuarenta años que me la paso escondido detrás de esta pila de naranjas con la esperanza de que alguien me arrebate una fruta. Y le digo por qué: necesito hablar, necesito contar mi historia. Si usted no me escucha, la entregaré a la policía.”

“Le escucho”, dije yo.

Me tomó del brazo y me llevó al interior de su tienda entre frutas y legumbres. Pasamos por una puerta, al fondo, y llegamos a un cuarto. Había allí un lecho en el que hacía una mujer inmóvil y probablemente muerta. Me pareció que debía estar allí desde hacía mucho tiempo pues el lecho estaba todo cubierto de hierbas crecidas. “Lo riego todos lo días”, dijo el frutero con aire pensativo.

“En cuarenta años nunca he llegado a saber si estaba muerta o no. Nunca se ha movido, ni hablado, ni comido durante ese lapso; pero lo curioso es que sigue estando caliente. Si usted no me cree, mire”. Y entonces levantó un ángulo de la cobija, lo que me permitió ver muchos huevos y algunos polluelos recién nacidos. “Usted ve, es el modo que utilizo para incubar los huevos (también vendo huevos frescos)”.

Nos sentamos a cada lado del lecho y el frutero comenzó a hablar: “La quiero tanto, créame. La he querido siempre. Era tan dulce. Tenía unos piececitos ágiles y blancos. ¿Quiere usted verlos?” “No”, dije yo.

“En fin”, continuó diciendo con un profundo suspiro, “era tan hermosa. Yo tenía cabellos rubios, ella hermosos cabellos negros (ahora, los dos tenemos cabellos blancos). Su padre era un hombre extraordinario. Tenía una gran casa en el campo. Se dedicaba a coleccionar costillas de cordero. Por ese motivo llegamos a conocernos. Yo tengo una especialidad: sé desecar la carne con la mirada. El señor Pushfoot (ése era su nombre) oyó hablar de mí. Me invitó a su casa para desecar sus costillas a fin de que no se pudrieran. Agnes era su hija. Fue un amor a primera vista. Partimos juntos en barco por el Sena. Yo remaba. Agnes me hablaba así: “Te quiero tanto que vivo sólo para ti”. Y yo le decía lo mismo. Creo que es mi amor lo que la mantiene cálida; quizás está muerta, pero el calor persiste”. – “El año próximo”, prosiguió con la mirada perdida, “sembraré algunos tomates; no me asombraría que se desarrollaran bien allí dentro.” – “Caía la noche y no se me ocurría dónde pasar nuestra primera noche de bodas; Agnes se había vuelto pálida, muy pálida por la fatiga. Finalmente, apenas salimos de París, vi una cantina que daba sobre la orilla. Aseguré el barco y penetramos por la galería negra y siniestra. Había allí dos lobos y un zorro que se paseaban a nuestro alrededor. No había nadie más”.

“Llamé, llamé a la puerta que encerraba un terrible silencio. “Agnes está muy fatigada, Agnes está muy fatigada”, gritaba yo lo más fuerte que podía. Finalmente una vieja cabeza se asomó por la ventana y dijo: “No sé nada. Aquí el patrón es el zorro. Déjeme dormir: usted me fastidia.” Agnes se puso a llorar. No quedaba otro remedio: tenía que dirigirme al zorro. “¿Tiene usted camas?” le pregunté varias veces. No respondió nada: no sabía hablar. Y de nuevo la cabeza, más vieja que antes, que desciende suavemente desde la ventana, atada a un cordoncito: “Diríjase a los lobos; yo no soy el patrón aquí. Déjeme dormir, por favor”. Acabé por comprender que esa cabeza estaba loca y que no tenía sentido continuar. Agnes seguía llorando. Di varias vueltas alrededor de la casa y al fin pude abrir una ventana por la que entramos. Nos encontramos entonces en una cocina alta; sobre un gran horno enrojecido por el fuego había unas legumbres que se cocían solas y saltaban por sí mismas en el agua hirviendo; ese juego las divertía mucho. Comimos bien y después nos acostamos sobre el piso. Yo tenía a Agnes en mis brazos. No pudimos dormir ni un minuto. Esa terrible cocina contenía toda clase de cosas. Una enorme cantidad de ratas se había asomado al borde exterior de sus agujeros, y cantaban con vocecitas aflautadas y desagradables. Había olores inmundos que se inflaban y desinflaban uno tras otro, y corrientes de aire. Creo que fueron las corrientes de aire las que acabaron con mi pobre Agnes. Ya nunca más se recobró. Desde ese día habló cada vez menos”.

Y el frutero estaba tan cegado por las lágrimas que no tuve dificultad en escaparme con mi melón.



Tomado de “Antología de la poesía surrealista”. Aldo Pellegrini (Editorial Argonauta), Barcelona-Buenos Aires, 1981

Traducción de Aldo Pellegrini del libro de Leonora Carrington “La Dame Ovale” (1939, París)



viernes, 3 de junio de 2011

El sonido y la furia


Aristides Cajar Páez



Le robo el título al libro de Faulkner que a su vez lo robó de un verso de Macbeth, de Shakespeare para revalorizar su código (como dirían los semiólogos) y convertirlo en un pretexto para hablar de... música.

Dos noticias internacionales de esta semana que va pasando son de regocijo para el mundo de la canción y la palabra: el arribo a los 70 del entrañable Bob Dylan, poeta de la rebeldía  de los años 60, de una generación que intentó cambiar al mundo. Y el reciente premio Príncipe de Asturias de Letras (no de artes) al poeta, dramaturgo y cantautor canadiense Leonard Cohen. Dos fuerzas, dos estilos que influyeron y dieron forma a la música popular del último medio siglo a través de infinidad de artistas de los más diversos géneros que encontraron en ellos inspiración.

¿Qué sería de la vida sin música? Qué dura ha de ser la soledad de los que no pueden oir, desde el canto de un ave, hasta el estruendo de una banda de metales (o de Metal, hay para todos los gustos). Pues la música ha sido y es vehículo también para las palabras, desde los cantos tribales, comunales en Africa o las estepas de Eurasia, hasta los conciertos de las grandes estrellas del pop en los coliseos y teatros de las grandes capitales de occidente. Los juglares, los trovadores contaban las noticias de pueblo en pueblo al son de un tambor, un laúd, una guitarra o un acordeón y así nacieron sones y tradiciones que perviven hoy. La opera narra historias actuadas por cantantes líricos de potente voz, y el rap apuesta por la improvisación y las rimas simples para contar, con un ritmo sincopado, la vida dura y muchas veces violenta de los ghettos.

La figura del cantautor, desde hace medio siglo, ha acompañado buena parte de las luchas sociales y políticas de medio mundo y en especial de nuestra América. Fueron parte de la banda sonora de la lucha por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam en Estados Unidos. Poemas de Neruda o Machado, versos populares de trovadores anónimos, fueron todos montados sobre los acordes simples de la guitarra al sur del continente y en España. De la mano de la reivindicación de la música folclórica y autóctona, luego vendrían  la Nueva Canción, la Nueva Trova, muchos nombres recibió el movimiento que luego se fue transformando en muchas otras cosas (vino la salsa, el rock, el jazz, algunas formas de 'pop' no tan comercial, el neofolk, reggae, rap y siga enumerando) . Se trataba (y se trata) de cantar al amor, a la vida, por la justicia, recordar un hecho histórico, mítico, trágico o heróico, pero todo ello a través de textos bien pensados y sentidos, hechos con arte, no las cuatro frases predecibles y repetidas de los artistas Kleenex a los que el mercado nos fue acostumbrando. Hay mucha música disponible por ahí, pero ¿cuanta dice cosas interesantes, valiosas? ¿Cuánta con gracia, estilo, profundidad, sentimiento verdadero y no sentimentalismo bobalicón y lastimero? ¿Tiene usted su canción? ¿Su banda sonora? Me atrevo a dejarle aquí algunos enlaces de unas cuantas sugerencias (mías y de otros miembros del grupo) muy contemporáneas de artistas y canciones interesantes (porque este espíritu sigue vivo, pese a todo). Disfrútelas. Coméntelas. Hágame saber cual (es (son) la(s) suya (s).



La Llorona, versión de Lila Downs. Una intensa versión con arreglos muy contemporáneos de este clásico del repertorio mexicano en la voz de una artista única, que reivindica sus ancestros indígenas.

http://www.youtube.com/watch?v=iq3dJgUyM_c&feature=related

De dónde vengo yo. Choc Quib Town. Rap del Pacífico colombiano, mezcla de influencias folclóricas de la música negra de la población de esa etnia que se asienta en los departamentos del Valle, Chocó y el occidente antioqueño. Un ejemplo de un trabajo muy bien afinado para visibilizar las postergadas comunidades negras del país vecino. El grupo ya ha llegado a los Grammys.

http://www.youtube.com/watch?v=yMS4J6Gp6e4

Luchar por ella. Robi Draco Rosa. Nadie imaginaba que aquel niño boricua que cantaba en el grupo Menudo hace casii tres décadas se convertiría en esta especie de 'poeta maldito' del rock latino que igual que compone canciones para Ricky Martin se dispara de vez en cuando algunas joyas líricas. Una canción sobre deseos y principios de quienes quieren cambiar el mundo, o al menos no dejarse cambiar por él.

http://www.youtube.com/watch?v=8LJRiya6jXo

La Perla. Calle 13/Rubén Blades/La Chilanga. Una unión de fuerzas musicales produjo, ya hace un par de años este tema y vídeo que reivindica de manera festiva la vida de los barrios latinoamericanos, rap/salsa, en una pieza de poesía urbana impecable.

http://www.youtube.com/watch?v=LxdXfpyyFGg



Abusaré un poco del espacio y colaré un cuento mío, mientras llegan otras colaboraciones del grupo. Gracias por la paciencia y la atención. No olviden el camino. Y comenten, por favor.
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Narrativa

El violín



Aristides Cajar Páez

El viejo Enzo probó el instrumento una vez más. Buena tensión en las cuerdas. Afinación perfecta. Sonido impecable. Los dedos se deslizaban por el diapasón sin dificultad. Las notas fluían nítidas, precisas. Era bueno sin duda. Hizo una pausa y lo colocó sobre la mesa. Se sentó. Cerró los ojos un instante y se dijo a sí mísmo, en un susurro: ''¡magnífico!''. Se incorporó de nuevo, tomó el violín que acababa de construír y con paso solemne se dirigió a la terraza desde la que se dominaba la ciudad. Giró graciosamente en el aire la mano que sostenía el arco, se acomodó y entonces atacó el instrumento con pasión, con frenesí. Las notas resonaban en la inmensidad. Parecían llegar hasta más allá de los confines de la urbe. Abajo,en las calles, las gentes, que se veían diminutas, cesaron toda actividad. Parecían extasiadas con el sonido del violín. Entonces ocurrió. Una lluvia de ángeles ensordecidos empezó a caer. Las alas envueltas en llamas, las manos sobre las orejas, los rostros angustiados y las voces gimientes daban cuenta de la eficacia de la música.

lunes, 23 de mayo de 2011

Al otro lado de la eternidad




Esto ya ha ocurrido antes. El fin, los 'fines' del mundo, que han sido predicados y anunciados desde épocas remotas y recurrentemente vuelven para hacernos dudar, para hacernos reír, o para suscitar nuestros temores primitivos. Creyentes o no, seguidores o no de algún credo apocalíptico, evocadores de una redención anunciada ante la decadencia de la civilización actual, el fin del mundo está a la mano. Y no le faltan profetas oficiosos que se apunten entusiastas. Es lo que ha pasado. Seguimos aquí después de todo. Pero el mundo no
es el mismo. Si no, que lo digan los del M-15.
He aquí una crónica de Juan Luis sobre el que habría de ser el último día sobre la tierra. Juzguen ustedes.
También hay un texto de José González sobre los árboles que ya no están en ciertas zonas capitalinas, gracias al progreso y un cuento de Mario Andrés sobre una gallina que conspiró contra sí misma: ¿Señales del fin?



Crónica del fin del mundo


Juan Luis Batista




Cuando desperté ya todo había terminado.

Admito que no cumplí bien mi tarea. Mi función era ver cómo se acababa el mundo el 21 de mayo para luego contarlo en una crónica. Ese fue el encargo del editor de este espacio. Me dijo que fuera descriptivo: quería sentir el fuego final, el maremoto planetario o los coletazos telúricos. Pero me quedé profundamente dormido antes de la hora fatal. No supe realmente lo que pasó.

Sin embargo, me siento en capacidad de contarles el antes y el después del fin del mundo. Al menos como yo lo vi.

El viernes me quedé casi todo el día en casa, trabajé en mi huerto de tomates, espinacas y pepinos, leí los mensajes de twitter y esperé el fin del mundo sin mucha ansiedad. Me sorprendió ver la gran cantidad de mensajes burlándose del alucinado evangélico que calculó la fecha del fin de toda la existencia. El personaje de marras se llama Harold Camping y es descrito por medios de comunicación independientes como alguien estrambótico y fanático. Construyó un imperio multimillonario de medios cristianos, en los que difundió sus predicciones.

Pero no todos se burlaban. En horas de la mañana fui a hacer una diligencia al centro comercial de Albrook. En broma, pedí el último café negro. Al escucharme, la dependiente me reprendió suavemente: “uno nunca sabe, mejor es no burlarse de esas cosas”.

En la tarde me di el placer de ver llover desde la paz absoluta de mi casa, solo acompañado de Dartagñán y Constanza, mis perros. Llovió a cántaros. Entonces, me dijo un amigo por chat, que el fin no sería mediante fuego. “Esta vez prevalecerá el método científico. Será mediante un diluvio; ya se sabe que no falla”.

Otro amigo al que le conté de mi misión me sugirió que empezara la crónica así: “Ayer se acabó el mundo. Todo volvió al principio: ni cielos, ni tierra, ni luz, ni tinieblas…”. Me dio otra idea: “Lector, si usted está leyendo esto es imposible. Hay un error. Envíe de inmediato un correo con su queja al editor”.

Nada de eso me sirvió. Ya saben. Me venció el sueño, esa especie de muerte diaria necesaria para seguir vivos. Solo sé que me dormí mientras veía un programa de Discovery Channel sobre la era del petróleo y de cómo los seres humanos, particularmente los que habitan en el norte del continente americano, malgastamos la energía. No fui testigo del final.

Solo desperté plácidamente. Nada de nada. Todo seguía igual. Me queda la duda aún de si realmente esta no es vida, sino pura imaginación. Me pellizco y me duele. Pero el dolor también puede ser engaño y en realidad no existimos.

Leo las noticias nuevamente. Me entero de que Robert Fitzpatrick, un hombre de Staten Island, Estados Unidos, quien gastó dinero de su bolsillo para hacer publicidad al fin del mundo, dijo a la agencia de noticias AP que estaba sorprendido de que todavía estuviéramos aquí.

Todos ahora le reclaman al tal Harold Camping Él responde que fue un error de cálculo.

Lo que sí no fue un error fue el dinero que se generó detrás de esta campaña mediática. Según CNNMoney, la campaña del fin del mundo en los últimos cinco años habría recogido en donaciones unos 80 millones de dólares. Nada despreciable para un final.

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Había una vez…


José González Pinilla
(Texto y foto)

Estaban allí, sin molestar a nadie. Crecieron y fueron podados por años. En ocasiones eran testigos silenciosos de accidentes vehiculares. También lo fueron del crecimiento acelerado de la ciudad. Crecimiento que también los afectó directamente: fueron derribados a punta de sierra de mano la semana pasada. El desarrollo no tuvo piedad para ellos. Más de cien árboles que crecieron en la isleta de la popular vía Transístmica murieron. Lo que ocurre, dicen los funcionarios de turno, es que por allí pasará la ruta del proyecto bandera del presidente Ricardo Martinelli: el Metro de Panamá. ¡Pobre árboles! Exclaman los conductores cada vez que pasan por el lugar. Aún se pueden ver restos de ramas y hojas de las víctimas silenciosas. Tarde o temprano ocurriría esa tragedia ambiental. Los hermosos árboles ya no
están. Las sombras que daban tampoco. Ahora se ve hasta más clara la avenida, dirán algunos. Pero no durará mucho porque se levantarán allí mísmo columnas de acero y concreto para dar paso al Metro, que empezará desde Los Andes en San Miguelito hasta la Terminal de Transporte de Albrook. Tal vez, en un futuro, le contaré a mi pequeña Vicky que allí, "había una vez… ¡unos hermosos árboles!"
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 Narrativa

Doble decisión



Mario Andrés Muñóz


Abrió con rapidez una y otra vez sus ojos. Estiró sus plumas.Revolvió su nido y se topó sin entusiasmo con las otras gallinas de la granja. Al salir al patio no corrió como todos los días directo a la fuente de alimento. Se quedó como entumecida contemplando su propia sombra. Examinó, dando dos o tres cacareos, la forma que proyectaba en el piso. Era un espécimen grueso, una ave gorda. Comprendió que debía hacer algo. Decidió comer menos. Rechazó esos granos, las lombrices y esas sobras de comida que la señora Emma le depositaba todas las mañanas. Se puso, en cambio, a corretear alrededor del gallinero. Hizo un gran esfuerzo. Rompió su ritmo habitual de comer y echarse a dormir. Un día tras otro se levantaba y se abría paso entre las otras gallinas, que devoraban con ganas su ración, indiferentes a los correteos de su compañera. Brincos, vueltas y pequeños vuelos. En menos de un mes logró lo que buscaba, se sentía más ágil y su sombra mucho más angosta. Estaba orgullosa cuando se comparaba con el resto.

La señora Emma, una señora gruesa, tenía diagnosticada obesidad, alto colesterol y los triglicéridos disparados. Ya era tiempo de reducir el peso, se dijo para sí. El ave corría dentro del espacio de dos metros por cinco. Su dueña se ejercitaba caminando las dos hectáreas y media de su terreno. Una aleteaba, se echaba al suelo y se levantaba. La otra, caminaba y movía con ritmo sus brazos.

Una mañana, la señora Emma se acercó a la verja del gallinero y examinó a sus espécimenes. Recorrió con la vista a todas sus aves, pollitos y gallos. Durante unos minutos miró con curiosidad a los animales. Le dio instrucciones concretas al peón que la acompañaba. Después, a la hora del almuerzo, sentada sola a la cabecera de la mesa, llenaba en su mente de elogios al delicado manjar que saboreaba. "Esta gallinita no tiene nada de grasa", dijo complacida.
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martes, 17 de mayo de 2011

Defensas y ataques



¿Diálogo?




Aristides Cajar Páez

Lo que empezó como una aparente salida improvisada del presidente Ricardo Martinelli, como uno de esos conejos ocultos en el sombrero chistera que de pronto saca un mago de feria para regocijo del público que finge sorprenderse ante el truco conocido, parece estar empezando a tomar forma hacia impredecibles derroteros. Nos referimos al cacareado diálogo entre el gobierno y los periodistas, convocado por el mandatario. Ya monseñor Ulloa dio su aval y las organizaciones y gremios de prensa parecen verlo como algo "positivo". Curioso que la convocatoria al diálogo suceda justo cuando tiene lugar en Panamá  el 43 período extraordinario de sesiones de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Pero ¿de qué diálogo hablamos? ¿qué es lo que hay que dialogar? Los periodistas nos vemos cada día más arrinconados por las prácticas de un gobierno que parece no reconocer ni respetar del derecho ni la libertad de informar e informarse, de expresarse, de decir, de disentir, que tan caros nos han costado a los panameños, no entiende la crítica ni el cuestionamiento que otras administraciones, sin querernos mucho más que esta, supieron tolerar bastante mejor.
Si alguna cosa buena sale de este ejercicio, pues bienvenida, pero el escepticismo es entendible. Es el gobierno el que tendría que aprender a tolerar, a responder y a manejarse frente a la prensa.Su contrapoder natural, su "perro guardián", como dicen los gringos. No nos finjamos inocencia. Todos sabemos a lo que cada uno juega. Por ello, políticos y periodistas nos metimos en esto. Aceptemos el juego entonces y sepamos jugarlo. No hay nada más de que hablar.

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Periodistas, al banquillo

Esta es la noticia, tal como la recogió el lunes 16 de mayo el sitio de TVN: http://www.tvn-2.com/noticias/noticias_detalle.asp?id=52034 "Justo cuando el gobierno llama a un diálogo por la libertad de expresión tres periodistas son llamados a juicio.  Se trata de un vídeo donde se muestra a un agente en supuestos actos sospechosos y por estos los periodistas; Siria Miranda, Kelyneth Pérez y Eduardo Ling Yueng fueron llamados a juicio por el delito de calumnia e injuria  Esta es la primera vez que sale a la luz el rosto del policía de tránsito que apareció en el video aficionado difundido en 2009.
En sus argumentos, Rosendo Rivera, abogado que ya ha llevado a juicio a otras periodistas arremetió contra los medios y los calificó como manipuladores.
A pesar de los argumentos de la defensa el juez tomó la decisión de llamar a juicio a los tres periodistas de tvn. Entre las pruebas presentadas por la acusación, estaba el testimonio de dos hermanos del policía.. El juicio de los tres periodistas se fijó para el próximo 25 de julio a las 2 de la tarde en el Juzgado Décimo Séptimo de lo Penal".

Si leíste la nota anterior y la encadenaste con esta, ya sabes por donde van los tiros.
No te lo voy a decir.
Piensa.

ACP.
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La resistencia

Gay Talese es uno de esos sobrevivientes de mejores épocas del gran periodismo. Junto a nombres como los de Norman Mailer, Tom Wolfe y otros tantos, fue uno de los que redefinió la forma de contar las cosas en Estados Unidos, algo que se llamó Nuevo Periodismo y también literatura de no-ficción. Ahora, hoy, apela a no perder esos sentidos, a no dejarnos engatusar con el cuento de que las cosas suceden en otra parte, en las redes sociales, por ejemplo, donde se puede hablar mucho y no decir nada, donde la existencia es fantasmal, etéreaa, inmaterial, casi impersonal donde los 'cuentos no literarios' no podrían nunca desplazar a los hechos ordenados y estructurados por unos sentidos ávidos y una mente despierta y lista para capturar su esencia y presentarlos de una forma atractiva e interesante, lo cual hace un verdadero periodista.
Copio dos párrafos de lo que dice el cable de EFE que dice el propio Talese sobre el oficio: "El periodista bien formado es el que va a contar la verdad siempre, y sin ella no se puede vivir. Cuando la gente dice que el periodismo, tal y como yo lo entiendo, está muerto, o que el Nuevo Periodismo no es periodismo, y que las noticias están en Facebook o en los blogs, siento sinceramente que no puede ser, porque sería trágico”, dice el mito de Estados Unidos (EU).

"Talese está en Madrid porque acaba de salir a la calle Honrarás a tu padre, uno de sus libros más simbólicos, que inspiró El Padrino o Los Soprano, y donde aplicó el denominado Nuevo Periodismo –que combina la buena escritura, la literatura con el periodismo–, y que publica Alfaguara, la editorial española que está reeditando su obra".
Esto último no lo sabía. Siempre pensé que la saga de Mario Puzo había salido así de espontánea de su cabeza y vivencias de sus raíces italianas. Y que la serie de tv era un reciclado exitoso. En fin. Lo que importa es lo que dice Talese: "Hay que tener curiosidad, paciencia y perseverancia, pero la cualidad más importante es la paciencia”.
"El autor asegura que el periodista “debe tener imaginación para ver más allá que la mera noticia y el primer ruido. Tiene que querer saber qué es lo que hay detrás porque toda la realidad tiene su lado oculto (...) Mira Bin Laden, creíamos que estaba en las montañas de Afganistán y resulta que vivía a 30 millas de uno de los campamentos militares de la capital (...) Hoy se podría hacer otro libro como el de la mafia, con la familia de Mubarak, en Egipto, sus hijos; su mujer, saber quiénes son”, recalca este periodista que no deja de observar a la persona que está entrevistándole y a todo su entorno".
Aprendamos.

PD: Si quieren leer un libro 'real' y actual sobre la mafia, les recomiendo 'Gomorra' del italiano Roberto Saviano (para los que no lo hayan leído). Es lo que hace un periodista que se mete en el hueso de su realidad para desentrañarla, descifrarla y hacerla reconocible a sus contemporáneos. Otro día hablamos de eso.

ACP
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viernes, 6 de mayo de 2011

Leis



Raúl Leis (LA PRENSA/David Mesa)

Raúl Leis es quizás el intelectual más completo e influyente que tuvo Panamá en los últimos 25 años. Polifacético y prolífico, el colonense es dueño de una amplia obra que abarca desde la literatura hasta el análisis político. Sociólogo, comunicador y educador popular, dramaturgo  y muchas otras cosas más en lo formal, más bien habría que describirlo como sembrador de sueños, cultivador de utopías,  trabajador de la palabra y agente de la esperanza. Hombre sencillo y jovial, Leis murió de una manera estúpida, cuando su alforja de sueños lúcidos aún tenía muchas semillas para sembrar. Una medicina para curar a un hombre sano, le arrebató la vida, justo en un momento en el que el poder político de esta país aplasta sistemáticamente muchos de los sueños  a los que Leis supo dar sustancia y convertir en proyectos colectivos,  sueños de una patria libre, justa, democrática, incluyente, plural y dialogante. Justo cuando era más necesario. Quiere la Cueva rendir un modesto homenaje a  su memoria, con nuestras memorias de él y nuestra consternación y asombro por su partida repentina.

ACP.



1. Demasiada pérdida


Ana Teresa Benjamín

Cuando me llamaron para preguntarme el sábado en la noche si sabía algo de la muerte de Raúl Leis, lo primero que pensé era que se trataba de uno de esos rumores crueles de periodistas. Ya estaba dormida y le comenté por teléfono a mi editor: “Él me dijo que se iba a hacer una operación de cataratas, pero no creo que eso mate a nadie”.

De todas formas, comencé a hacer llamadas. Fue el profesor Juan Jované quien me lo confirmó: “Bueno, sí, efectivamente, Raúl Leis falleció”.

Estoy triste, señores. No voy a mentir y a decir que el profesor Leis y yo éramos amigos; nuestra relación era profesional: yo soy periodista y él era “mi” fuente. Y lo entrecomillo porque Leis era “fuente” de todos quienes quisieran preguntarle, de todos quienes quisiera conversar con él. Si quería una hablar sobre violencia o discriminación, Leis decía: “Claro, cómo no”. Si necesitaba una alguna opinión sobre equidad de género o educación sexual y reproductiva: “Claro, venga a Ceaspa”. Si el tema era educación, su pasión era desbordante y lograba contagiarla. Leis era un maestro en todo el sentido profundo de la palabra, y entrevistarlo era un placer, no trabajo.

Así que cuando Jované me confirmó que ya Leis no existía físicamente, suspiré hondo y lloré. Lloré toda la noche y todo ese fin de semana largo del 1 de mayo. Yo decía: ¿cómo es que se murió Leis? ¿Cómo es que Leis ya no existe? ¿Cómo es que se va a morir él mientras Pérez Balladares sonríe arrogante porque ha sido sobreseido?

Mariela Arce dijo en su funeral que Leis nunca perdió la esperanza en la política honesta; no en esta cosa que acá vivimos. Yo quiero aferrarme a ese optimismo. Quiero aferrarme además a las ¿utopías? del profesor de una sociedad justa en la que se respeten los derechos humanos, en la que los principios valgan más que un buen sueldo, en  donde la cordura y la sensatez primen sobren los prejuicios y los tabúes.

El miércoles 27 de abril lo llamé para pedirle una (otra) entrevista y él me dijo: “Claro que sí. Pero llámeme el martes o miércoles de la próxima semana para ponernos de acuerdo, porque mire que me voy a hacer una operación por cataratas, y aunque el doctor me dijo que era algo sencillo, sí me dijo que debía estar en reposo”.

Pues bien, en mi agenda escribí, en el espacio del martes 3 de mayo: “Llamar al profesor Leis. 6676-2808”. Y el miércoles 4 de mayo, en vez de estar reunida con él para conversar y aprender, estaba en su funeral.


Leis ya no está. Y duele. Y sé que las muchas personas que fueron a despedirlo también lo resienten. Es demasiada pérdida. Es una muerte que no debió ser.

Lo bueno es que, así como en vida estuvo abierto a ayudar a todos, a la hora de su muerte todos estaban allí: artistas, profesionales, trabajadores, estudiantes, grupos afrodescendientes e indígenas, ambientalistas. También los políticos, vaya.

El miércoles 4 de mayo cayó un aguacero rabioso, y no había lugar para estacionar en el Casco Viejo, pero aún así la iglesia Catedral estuvo repleta.








jueves, 17 de febrero de 2011

Indolencia







Esta historia no tiene nada de festiva ni de graciosa. Ni siquiera es una historia ingeniosa. No es su intención. Era solo algo que el autor tenía necesidad de decir. ¿Será que solo nos importarán las cosas cuando la tragedia, el horror, toquen  a nuestra puerta? Somos ligeros para apuntar con el dedo acusador pero, realmente ¿quién tiene la culpa?




El culpable





Aristides Cajar Páez

El niño observaba, inmóvil, el campo donde los muchachos de la vecindad jugaban a la pelota.

No entendía del todo su lenguaje.  Hablaban palabras que él no conocía, hacían signos extraños con las manos, se reían.

No parecían siquiera darse cuenta de que él estaba allí.

La tarde aparentaba normalidad.

De pronto la pelota fue a estrellarse contra el cristal de una ventana.

Los chicos salieron corriendo.

Una mujer enfurecida salió de la casa. "¿Quién fue, quién fue?", vociferaba.

Alguien señaló hacia el niño inmóvil y atónito: "¡fue él!"

Todos los que estaban cerca, todos adultos, personas mayores y serias, empezaron a gritar cosas, pusieron rostros severos, corrieron tras el niño y se le abalanzaron. Él apenas pudo intentar resistirse.

"¡Yo no hice nada!" gritaba mientras forcejeaba, inútilmente.

Nadie lo escuchaba.

La confusión de manos y voces lo arrastró por el campo.

Lo inmovilizaron y lo amarraron a un poste. "¡Mocoso malcriado, ahora vas a aprender", decía la mujer que había salido de la casa donde la pelota había quebrado el vidrio de la ventana. Otros adultos repetían imprecaciones y palabras de reprobación. "Esta generación es una vergüenza", dijo uno. Hacían gestos de asco. Cerraban los puños.

"¡Hay que castigarlo!", repetían las voces, exaltadas.

Las manos terminaron de maniatarlo.

Algunos de los adultos estaban ebrios. De repente, uno de ellos, furioso, lanzó hacia el niño una botella semi vacía de licor. "¡Pequeña bestia!", le gritó. La botella fue a estrellarse contra la pared. Él logró esquivarla pero al romperse, pedazos de vidrio lo alcanzaron y le hirieron el rostro. El líquido le salpicó.

“Por favor, por favor”.

El niño suplicaba pero nadie estaba para oírlo.

Un hombre que pasaba encendió un cigarro y arrojó distraidamente la cerilla aún encendida.


Mientras el niño ardía se oían cerca las carcajadas de la multitud que festejaba.






martes, 1 de febrero de 2011

Sustos







El miedo es una de las emociones más primitivas. No obedece a la razón. Se dispara como alerta para garantizar la supervivencia, pero al mismo tiempo nos puede paralizar. Sentimos miendo ante lo desconocido, ante lo que aun no logramos explicar, incluso si es absurdo o inverosímil. El cuento de José González nos habla sobre esa emoción. ¿Alguien más tiene sustos que contar?


Criatura


José González Pinilla

Primero se escucharon unos pasos suaves, aterradores. Varios perros de las casas vecinas empezaron a inquietarse mientras las pisadas tomaban cada vez más fuerza al filo de la medianoche. ¿Acaso era un maleficio? ¿Un espíritu con ganas de molestar? ¿Una de esas señoras brujas que vuelan toda la noche en busca de algún cobarde, como relataba la abuela? El espectro, a pesar de los ladridos, seguía allí, sobre nuestras cabezas, recorriendo el techo. Fue entonces que se tomó la decisión de enfrentarlo, armados con una linterna y varias escobas. El ruido se trasladó hacia la parte frontal de la casa. Corrimos hacia allá, cual valientes, pero con las piernas temblando de miedo. De pronto se reveló ante nosotros, con la luz de la linterna golpeando su cara. Bernardino, un tío que había venido del interior hace dos días, lo derribó de un solo golpe con una vara de bambú que encontró en el patio. La criatura cayó aturdida al suelo, pero de inmediato se levantó y quedó en dos patas mostrando sus garras filosas y dientes puntiagudos. Amagó varias veces. Nadie en ese momento sabía quien tenía más miedo: si nosotros o la bestia, que así como llegó, con la noche cómplice, se esfumó tras saltar la cerca.