Raúl Leis (LA PRENSA/David Mesa)
Raúl Leis es quizás el intelectual más completo e influyente que tuvo Panamá en los últimos 25 años. Polifacético y prolífico, el colonense es dueño de una amplia obra que abarca desde la literatura hasta el análisis político. Sociólogo, comunicador y educador popular, dramaturgo y muchas otras cosas más en lo formal, más bien habría que describirlo como sembrador de sueños, cultivador de utopías, trabajador de la palabra y agente de la esperanza. Hombre sencillo y jovial, Leis murió de una manera estúpida, cuando su alforja de sueños lúcidos aún tenía muchas semillas para sembrar. Una medicina para curar a un hombre sano, le arrebató la vida, justo en un momento en el que el poder político de esta país aplasta sistemáticamente muchos de los sueños a los que Leis supo dar sustancia y convertir en proyectos colectivos, sueños de una patria libre, justa, democrática, incluyente, plural y dialogante. Justo cuando era más necesario. Quiere la Cueva rendir un modesto homenaje a su memoria, con nuestras memorias de él y nuestra consternación y asombro por su partida repentina.
ACP.
1. Demasiada pérdida
Ana Teresa Benjamín
Cuando me llamaron para preguntarme el sábado en la noche si sabía algo de la muerte de Raúl Leis, lo primero que pensé era que se trataba de uno de esos rumores crueles de periodistas. Ya estaba dormida y le comenté por teléfono a mi editor: “Él me dijo que se iba a hacer una operación de cataratas, pero no creo que eso mate a nadie”.
De todas formas, comencé a hacer llamadas. Fue el profesor Juan Jované quien me lo confirmó: “Bueno, sí, efectivamente, Raúl Leis falleció”.
Estoy triste, señores. No voy a mentir y a decir que el profesor Leis y yo éramos amigos; nuestra relación era profesional: yo soy periodista y él era “mi” fuente. Y lo entrecomillo porque Leis era “fuente” de todos quienes quisieran preguntarle, de todos quienes quisiera conversar con él. Si quería una hablar sobre violencia o discriminación, Leis decía: “Claro, cómo no”. Si necesitaba una alguna opinión sobre equidad de género o educación sexual y reproductiva: “Claro, venga a Ceaspa”. Si el tema era educación, su pasión era desbordante y lograba contagiarla. Leis era un maestro en todo el sentido profundo de la palabra, y entrevistarlo era un placer, no trabajo.
Así que cuando Jované me confirmó que ya Leis no existía físicamente, suspiré hondo y lloré. Lloré toda la noche y todo ese fin de semana largo del 1 de mayo. Yo decía: ¿cómo es que se murió Leis? ¿Cómo es que Leis ya no existe? ¿Cómo es que se va a morir él mientras Pérez Balladares sonríe arrogante porque ha sido sobreseido?
Mariela Arce dijo en su funeral que Leis nunca perdió la esperanza en la política honesta; no en esta cosa que acá vivimos. Yo quiero aferrarme a ese optimismo. Quiero aferrarme además a las ¿utopías? del profesor de una sociedad justa en la que se respeten los derechos humanos, en la que los principios valgan más que un buen sueldo, en donde la cordura y la sensatez primen sobren los prejuicios y los tabúes.
El miércoles 27 de abril lo llamé para pedirle una (otra) entrevista y él me dijo: “Claro que sí. Pero llámeme el martes o miércoles de la próxima semana para ponernos de acuerdo, porque mire que me voy a hacer una operación por cataratas, y aunque el doctor me dijo que era algo sencillo, sí me dijo que debía estar en reposo”.
Pues bien, en mi agenda escribí, en el espacio del martes 3 de mayo: “Llamar al profesor Leis. 6676-2808”. Y el miércoles 4 de mayo, en vez de estar reunida con él para conversar y aprender, estaba en su funeral.
Leis ya no está. Y duele. Y sé que las muchas personas que fueron a despedirlo también lo resienten. Es demasiada pérdida. Es una muerte que no debió ser.
Lo bueno es que, así como en vida estuvo abierto a ayudar a todos, a la hora de su muerte todos estaban allí: artistas, profesionales, trabajadores, estudiantes, grupos afrodescendientes e indígenas, ambientalistas. También los políticos, vaya.
El miércoles 4 de mayo cayó un aguacero rabioso, y no había lugar para estacionar en el Casco Viejo, pero aún así la iglesia Catedral estuvo repleta.
Muy de acuerdo: demasiada pérdida. Y sí, los políticos estaban allí, a pesar de que siempre los cuestionó duramente. Hay que destacar que el profesor Leis también participó en la actividad política, y tampoco nunca negó un entrevista sobre ese tema.
ResponderEliminarLa última vez que tuve la oportunidad de saludar a Leis e intercambiar palabras con este gran humanista fue justamente en una protesta exigiendo respeto a los derechos humanos en Panamá. Había pasado menos de un mes de los infames hechos en que unos menores de edad había sido sometido a las peores torturas que puede recibir un ser humano: ser quemado vivo. Fue una noche en la plaza Porras, lo salude y me saludó con un apretón de mano y seguido me confesó que "ya no escribiría más para el Panamá América y que a partir de esa semana publicaría su columna en La Prensa", la decisión me narró era producto de que no se sentía a gusto escribir para el Panamá América sabiendo que era un diario recién adquirido por personeros del Gobierno. Ese era Leis un hombre de principio, siempre del lado de los débiles.
ResponderEliminarLeis fue una especie de paradigma, una especie de 'modelo' del intelectual comprometido pero sin poses, sin pedantería ni afectación, muy por el contrario, el ejemplo de que el conocimiento y la acción van de la mano y entre más sencillos, claros y simples, más poderosos.
ResponderEliminarFuerte el testimonio de Anita, muy sentido y sincero. Creo que ese es el sentimiento real cuando se sabe que se pierde a gente "indispensable", de esos que "luchan toda la vida", como lo decía Bertolt Brecht, en la voz de Silvio al inicio de "Sueño con serpientes".
Aristides Cajar Páez
En aras de tener la oportunidad de dibujar un perfil completo del entrañable intelectual quisiera agregar unos comentarios que pueden resultar disonantes pero que le aportan al conjunto.
ResponderEliminarCreo que en todo lo escrito y en el testimonio de Ana, y también me parece que Leis es en lo esencial muy panameño: en el sentido que tenía la madera para romper el molde y trascender a nivel latinoamericano. Me parece que le faltó ese salto. Los grandes panameños, hay que decirlo: Sinan, Laurenza, Miró etc, les falta algo para entrar al pedestal de los grandes latinoamericanos.
El hecho de opinar de todo y escribir de todo resaltado como virtud pudo volverse en su contra. Ayudó al periodismo pero no a la especialización.
Recuerdo su novela del kuna en la ciudad y contra la opinión de muchos lo considero un ejemplo de alguien que "quiere" entrar a un tema pero que en realidad no le duele "visceralmente". Intentó ser Kuna y no lo logró. Y tal vez es la parte "tropical" de nuestros intelectuales que se quedan allí y no trascienden.
J.
Hola, ¿quién eres, J.?
ResponderEliminarJ, parece ser un visitante. O será Juan?
ResponderEliminarEs José. Quién más?
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