sábado, 3 de septiembre de 2011

¿Crisis? ¿qué crisis?


Manifestantes en Bocas del Toro llevan a un herido
por la represión policial (2010).


No pasa nada


Aristides Cajar Páez


No.
Aquí no está pasando nada.
Es más. Hace tiempo que no pasa nada.
¿Cómo? ¿Una crisis, dicen?
No. Eso lo dicen los resentidos, los que no creen, los que no se interesan por participar. Este gobierno es lo máximo. Bueno. Al menos eso es lo que (se) dice el gobierno. Lo que quiere creer(se).
El presidente Ricardo Martinelli decidió sacar de la cancillería a su vicepresidente y "amigo" (lo dice él) panameñista  Juan Carlos Varela, decisión que hizo que los aliados seguidores de la doctrina de Arnulfo Arias abandonaran en masa el gobierno e hicieran (se hicieran) más evidentes los graves abusos, contradicciones y atropellos que han caracterizado la actual gestión de gobierno. La humillación parece tener un límite, aún para un político bisoño y paciente hasta la desesperación, frente a las tropelías y desplantes de su 'coequipero'. Furioso, al verse cuestionado por un grosero chanchullo que se iba a fraguar, lo botó. Las fisuras se volvieron grietas que al final provocaron el desplome de la fachada, causando multitud de heridos y contusos: dejaron a la deriva compromisos internacionales y una agenda de encuentros que tal vez habrían sido del algún provecho para el país (tal vez no, pero ya no lo sabremos), dejaron comprometida la gestión económica,que ya estaba  plagada de acrobacias temerarias, ninguna claramente beneficiosa para la clase trabajadora, hay que decirlo, proyectos de vivienda que iban a favorecer a algunas comunidades humildes (nada de hacerse ilusiones, pero eran algo, al menos) la gestión de la cultura (controlada, pobre, maltratada), la precaria interlocución con los grupos indígenas  y otras iniciativas más o menos. Pero no. El gobierno insiste. Aquí no pasa nada.
Solo que se evidencia cómo poco a poco, todos los órganos del Estado van alineándose con la voluntad del mandatario,  se tuercen leyes, se inventan otras y se saltan todas las reglas, todas las promesas, todos los controles, se desmonta el esquema democrático que le ha dado cierta 'estabilidad' al país en los últimos veinte años, que ha permitdo que esto sea 'vivible'. En medio de la debacle el gobierno aprovechó la confusión para dar por terminado el diálogo con los afectados por la represión en Bocas del Toro en 2010, la cara más visible de la furia de la actual adminsitración, heraldo y advertencia de lo que son capaces de hacer cuando no se siguen sus directrices, cuando un grupo de panameños, armados con poco más que sus razones, se le enfrentan a la voluntad incontestable del monarca. Muertos, ciegos, viudas, huérfanos habrán de conformarse con una misérrima compensasión, un simple finiquito laboral, al que nunca se le reconoció el estatus de indeminzación, como lo exigían las  víctimas, unos centavitos de caridad para poner curitas, unas ayudas condicionadas al silencio, más parecidas al chantaje que a la compasión, hecho todo con cálculo de oprtunidad. Hay que apaciguar a los feroces, hay que sedarlos para que no puedan morder, fue esa la táctica del gobierno. Habiendo abierto tantos frentes, hay que empezar por contener a los que ya dieron la pelea y lo arriesgaron todo (y lo perdieron todo. Ya se sabe, cuando no hay nada más que perder está todo por ganar) Y sobre el dolor y la ignominia siguen gravitando las espadas de Damocles de los procesos penales pendientes contra los 'sediciosos' (esa palabra me suena, me trae recuerdos de otra vida). Estas torpes líneas solo sirven para congelar unos cuantos hechos de algo que sucede a una velocidad de vértigo (como le gusta al mandatario, todo rapidito ¿aquello también?) y cuando alguien las lea tal vez estemos en otro escenario. Pero claro, eso no importa a la larga. Probablemente alucinamos.
Como dicen los nuevos ministros mineros (ahora triunfantes).
Aquí no pasa nada.