lunes, 2 de agosto de 2010

El precio de un beso robado

Icard Reyes

En verdad nunca supe cómo explicar esa sensación de aquel 15 de abril. Habían pasado meses de tristezas, agonía y resignación. Meses de exilio de mí mismo, tratando de explicarme una y otra vez, qué pasó. Meses en los que el tiempo se había encargado de curarme de los recuerdos. Por lo menos eso pensé.

Sin embargo, allí estaba yo, de nuevo compartiendo junto a esa persona, como en aquellos años. Era como una mezcla de felicidad y miedo. Por nada del mundo me podía mostrar feliz y entusiasmado como antes. No. Y más ahora que su rostro denotaba indiferencia.

Y así transcurrió medio día y parte de la tarde de esa fecha, juntos. Ya en la noche, me costaba mucho sumarme a la alegre camarada. La rumba en pleno apogeo por las calles de la bella ciudad de Panamá no me decía nada, no me motivaba ni a bailar ni mucho menos a tomar, solo a pensar y a pensar. Fueron muchas preguntas que mi mente y mi corazón se llevaron con el dolor.

Era como si estuviera físicamente allí, pero con mi mente volando entre los recuerdos, pues a pesar de tanto tiempo transcurrido, cada esquina de esa ciudad, que lentamente recorríamos, me volvía a proyectar esa película de los dos. Esas escenas en las cuales éramos amargamente felices, libres y al mismo tiempo condenados. No sé con qué intención. Aún no lo sé.

Por fin, la fiesta móvil terminó, y entre los alegres invitados, eufóricos por el licor, las propuestas para continuar la rumba fueron fluyendo. Era el momento preciso para escapar, pero algo me hacía quedar allí, impávido, sin poder tomar la decisión que habría sido la más correcta. Horas después la triste realidad así me lo hizo saber.

Fijado el lugar para seguir la francachela, el movimiento implicó que nos quedáramos solos en su carro. Y mientras nos dirigíamos al lugar, la oscuridad de la noche, los recuerdos martillando mi mente y el nerviosismo casi incontrolable me hicieron cometer la peor torpeza de mi vida: robarle un beso.

Robar algo que ya no era mío. Algo que por tanto tiempo me fue vedado. Algo que una vez me hizo tan feliz y al mismo tiempo desdichado. Un beso, que si bien anhelé con tantos deseos, me mostró sin ambages la nueva realidad de esta historia.

Esa noche, una vez mis labios se apartaron de los suyos, mi más grande temor se hizo presente. Fue como un balde de agua fría sobre mi cabeza. Como despertar a una realidad que luego de tanto sufrimiento temí enfrentar.

Sí. Ya no era lo mismo. Esos labios que una y otra vez a mi cuerpo y a mi alma hicieron vibrar y soñar, hoy se apagaron, murieron, se fueron lejos para nunca más volver. Ese ser que a mi cuerpo estremecía con solo sentir su piel, su voz y su aliento, hoy me fue indiferente, extraño, lejano. Mi más grande temor se había hecho realidad. Esos labios me lo hicieron saber.

6 comentarios:

  1. Me hizo recordar buenos momentos...
    Saludos

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  2. Qué bueno tener a un invitado en La Cueva.

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  3. Los efectos de la carne.

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  4. Una anécdota de fácil identificación. A quién no nos ha pasado y no hemos sufrido cosas así. Me gustó sobre todo por el contraste con el ambiente de jolgorio.
    Algunos ajustes quizás: por ejemplo evitar "meses de tristezas, agonía y resignación".

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  5. ¡Salud al invitado que ha querido compartir su historia con la Cueva!

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  6. Un historia bien contada. Muy similar partes de la vida de algunas personas.

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