(Opinión)
Ana Teresa Benjamín
No hay razón o argumento que justifique o explique las heridas sufridas en el rostro por los trabajadores bananeros de Bocas del Toro.
Pasadas ya varias semanas de aquel enfrentamiento entre trabajadores -que reclamaban porque sentían haber perdido derechos- y las fuerzas antimotines de la Policía Nacional, el debate en el país se ha estancado en lo político, mientras los cientos de heridos terminan por ¿acostumbrarse? a ver la vida en negro.
No es la primera vez, en todo caso, que estallan conflictos en las regiones bananeras del país. En 1960, tanto en Bocas como en Puerto Armuelles, en la provincia de Chiriquí, se sufrieron crisis similares. Los obreros, que pedían mejor sueldo, mejor casa y mejor trato, se encontraron con un gobierno que no quiso escucharlos.
Tan viejas son las historias sobre problemas laborales en las bananeras -y tan extendidos en buena parte de América- que Gabriel García Márquez escribió sobre uno de ellos en Cien Años de Soledad: "El pánico dio entonces un coletazo de dragón, y los mandó en una oleada compacta contra la otra oleada que se movía en sentido contrario, despedida por el otro coletazo de dragón de la calle opuesta, donde también las ametralladoras disparaban sin tregua... Cuando José Arcadio Segundo despertó estaba bocarriba en las tinieblas... Tenía el cabello apelmazado por la sangre seca y le dolían todos los huesos", relató el Nobel con su magia realista.
Pero lo que sucedió en Bocas del Toro no tuvo nada de ilusión. Los perdigones tirados a los ojos fueron reales, así como el dolor y la impotencia de los trabajadores que ahora sufren por haber perdido el derecho a mirar.
Aquel conflicto del que escribió García Márquez ocurrió en Ciénaga, Colombia, en 1928. Una huelga que había comenzado pacíficamente se tornó de pronto peligrosa para los ejecutivos de la United Fruit, y un general colombiano decidió tirar balas a hombres, mujeres y niños, debido al riesgo inminente de un desembarco estadounidense en el país sureño.
Un senador de aquel país, Jorge Eliécer Gaitán, criticó la matanza y dijo que aquellas balas debieron usarse para repeler al invasor extranjero.
Tal parece que, más de 70 años después, los uniformados volvieron a disparar en la dirección equivocada.
Esos indígenas se fueron de la ciudad para sus casas, en Bocas. Se fueron con las manos vacías, porque la Ley 30 sigue allí, latente, esperando a despertar en menos de 90 días. Ahora nadie se acuerda de ellos, de los ciegos. Les prometieron la mejor atención del mundo, pero todo fue otra promesa. ¿Ahora, donde estarán esos heridos? ¿Qué tienen que contar?
ResponderEliminar¡Muy bien, Ana Teresa Babilonia! Estos sucesos se repiten en espiral. Pusiste luz en los recovecos de la historia que a veces olvidamos. El caso de Tácito Taylor, quien perdió la visión el 8 de julio de 2010 en Bocas del Toro, junto a 51 personas más, quedará grabado en la triste historia del bananal.
ResponderEliminarYa nadie se acuerda de los ciegos. Lo demás es pan y circo.
ResponderEliminarBocas es una herida abierta. Los ciegos hacen tránsito hacia el olvido mientras el resto mira hacia otro lado o cierra los ojos y repite hasta aturdirse que lo que pasó no es cierto. ¿Quienes son (somos) los verdaderos ciegos?
ResponderEliminarGracias,Ana por no permitir que lo olvidemos.
Al parecer no solo son(somos)ciegos, sino que sordos y mudos.
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