"La sabiduría nos llega cuando ya no nos sirve de nada": Gabriel García Márquez.
lunes, 27 de diciembre de 2010
Cuentos de Navidad (2)
Continuando con la serie de los Cuentos de Navidad, presentamos otras colaboraciones que no alcanzaron a entrar en la primera parte. Sus comentarios son valiosos. Gracias por participar.
¿Eres tú, Niño Dios?
Elizabeth Garrido A.
Han pasado varias décadas desde que ocurrió aquél inolvidable descubrimiento. Lili tenía seis años y unas ganas terribles por ver los juguetes que le traería el Niño Dios en Navidad.
Jorge, su hermano mayor, ya le había advertido a quemarropa: “Lili, el Niño Dios no nos trae los juguetes, ¡lo hace mamá!”… La noticia dejó boquiabierta a la niña, que había pedido un juego de té en una cartita que escribió –o intentó escribir con raros trazos- en ese mes de diciembre.
Lili esperaba la Navidad con tanta ilusión que no daba crédito a lo que le había dicho su hermano. Por eso, cuando se fue a la cama después de la cena de Nochebuena tomó la decisión de no dormir hasta que el Niño Dios llegara con los juguetes para ella y sus tres hermanos.
Jorge, Junior y Mario ya estaban dormidos en sus camas, mientras que la pequeña Lili −oculta debajo de la sábana− luchaba contra el sueño. Sus ojos se le cerraban y los minutos, pasada la medianoche, se hacían eternos.
La niña esperó y esperó despierta… hasta que, repentinamente, vio una silueta negra entrar al cuarto. Del susto se le abrieron los ojos y un frío le recorrió el cuerpo. “¿Será el Niño Dios?”, se preguntó.
Aquello parecía flotar en el aire –no se le veían los pies porque llevaba como una sábana encima– y lentamente se fue acercando a cada uno de sus hermanos.
¡Plofff!, ¡plofff!... fue lo único que escuchó Lili cada vez que la silueta oscura con sus suaves movimientos llegaba a cada cama.
A Lili el corazón le latió más rápido cuando la silueta llegó a la suya. Cerró los ojos y, nuevamente, escuchó un fuerte ¡plofff!. Algo cayó cerca de la almohada, pero por nada del mundo –ni siquiera su interés por conocer aquello– abrió los ojos.
La negra silueta desapareció por “arte de magia” y fue entonces cuando Lili se sentó en la cama y encontró su juguete. Después de tanta emoción, la niña no pudo más con el sueño y se quedó dormida.
En la mañana de Navidad, Lili se levantó y arregló muy rápido. Quería jugar con sus juguetes, pero –sobre todo– tenía que hacerle una pregunta “muy importante” a su madre.
“Mamá, ¿te quedaste despierta anoche y entraste al cuarto? ¿Tú nos pusiste los juguetes?”, cuestionó Lili con insistencia, quien aún dudaba que su madre fuera la persona que les ponía los regalos en la cama.
Ante el asalto de la pequeña, aquella mujer de mediana estatura y algo sorprendida por las preguntas solo atinó a decir: “¿De qué hablas niña?, ¿por qué haces esas preguntas?”.
Pero Lili insistió: “Fuiste tú quien puso los juguetes?”. La situación incomodó a la madre, quien le pidió a la niña que no hablara más del tema y que mejor se fuera a jugar. Incluso, le hizo una advertencia: “Si el próximo año usted no se duerme, el Niño Dios no le traerá juguetes”.
Lili estaba indignada. Al parecer, Jorge tenía razón. “El Niño Dios –a quien había dirigido tantas cartas desde que tuvo uso de razón– no era quien traía los regalos”, pensó.
Horas más tarde, la madre de Lili llegó más serena y le dijo que tenía que contarle algo muy importante que debía saber y recordar para toda la vida.
A Lili se le iluminaron los ojos y se sentó a escuchar atenta las palabras de su mamá.
Así fue cuando aquella mujer le reveló la vieja tradición familiar a la inquieta niña: “Cada año –explicó– tu padre y yo trabajamos mucho y procuramos que tus hermanos y tú tengan lo mejor. Pero también ahorramos para que cuando llegue la Navidad puedan recibir regalos. Quien nos permite trabajar y tener salud para lograrlo es el Niño Jesús, cuyo nacimiento celebramos cada 25 de diciembre”.
“Por eso –aseguró la madre– verdaderamente es el Niño Dios quien te hace los regalos… nosotros solo somos sus mensajeros que nos ponemos contentos con su fiesta”. Ese es el espíritu de la Navidad.
Una gran sonrisa se dibujó en el rostro de Lili, quien grabó en su corazón aquellas palabras y las hizo suyas veinte y veinticinco años después, cuando las repitió a sus hijas. Y también mantuvo la tradición familiar que ahora disfruta con su nieto.
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La espera
Sai
Tenía ocho años. En mi inocencia sabía que debía esperar. Que si lo abría antes no iba a ser igual. Veía el reloj con desesperación. Apenas marcaba las 7:00 p.m.
Mi madre estaba terminando la cena. Mi padre conversaba con el vecino y mi hermanito, de tres años, daba vueltas por ahí.
Yo estaba sentada en el sillón de la sala. Olía el pavo horneado, escuchaba la conversación y veía al pequeño de la casa riendo y divirtiéndose, jugando con su carro favorito.
A un lado, el arbolito de Navidad y debajo de él, mis regalos.
Los minutos pasaban lentamente, creía que nunca iba a llegar la hora.
Mi desesperación era única, nunca había experimentado eso.
Por mi mente solo estaba la necesidad de abrir los regalos, saber lo que me habían comprado.
Mi vestido blanco ya estaba sudado, pasaba mis manos sobre él una y otra vez.
En un instante escuché el llamado a cenar.
Ya faltaba poco, eran las 9:00 p.m. Después de comer, entre risas y recuerdos, la familia y yo nos fuimos para la sala. Pero el sueño me venció y ahí caí rendida.
En un instante un sonido de campanas entró a mis oídos y abrí los ojos. Aún estaba en el sillón. Me fui precipitadamente a abrir mis regalos. Papeles por un lado, lazos por el otro. Pero los paquetes estaban vacíos, no había nada. Se habían olvidado de mí.
De repente me desperté otra vez: estaba en mi recámara. Salí a la sala y vi el calendario. Aún era 23 de diciembre. Todo había sido un sueño. Fui hasta el árbol, agité los regalos. Esta vez no estaban vacíos.
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El cuento de Elizabeth me hizo recordar mi niñez. ¡Felicitaciones!
ResponderEliminarEl cuento de Elizabeth está cargado de inocencia, de esa inocencia que las mamás procuramos mantener en nuestros hijos, aunque nosotras (y ellos) sepan que aquello del Niño Dios o de Santa es medio mentirilla.
ResponderEliminarAna Teresa
Es un buen mensaje el que transmite Eli. FELIZ NAVIDAD A TODOS.
ResponderEliminarTambién me gustó el de Sai, está cargado de ficción. En buena hora...
ResponderEliminarSai excelente!
ResponderEliminarFelicitaciones a la Cueva, Feliz Navidad, de verdad que la iniciativa está siendo cada vez más buena.
ResponderEliminarQuiero felicitarlos por la brillante idea. Espero que en este 2011 el proyecto siga cosechando éxitos.
ResponderEliminarQueremos leer más de La Cueva este 2011.
ResponderEliminarSi, queremos lee más
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