I- Día de paz en el infernum
Luna Kureta
A Tania le queda poco tiempo de luz. Debe llegar lo más rápido posible al Valle del Infiernum o el Valle de Hinón, en hebreo Gai Hinnom, y empezar desde allí su purga corporal. Son las seis de la tarde en Jerusalén y está por terminar el sábado. Va a empezar una nueva semana en Israel.
Se calza sus zapatillas deportivas de marca pecaminosa compradas en Calidonia, cierra la puerta tras de sí y camina hacia el Gehenna, -en griego, el abismo- enfrentándose a la lengua del calor demoniaco de este 28 de agosto que aún lame la tarde. Eso no es lo que le preocupa, sus peligros son otros.
No le molesta la sofocante temperatura. Ella nació en David, Chiriquí y allá el verano es una caldera al rojo vivo. Le teme más a ser capturada por las fuerzas de seguridad que merodean el abismo, pero ya se ha vuelto hábil en escabullirse. Van a empezar los rezos y ella no reza, ella corre.
Avanza, rauda, con su atuendo deportivo de etiqueta también dudosa. Lleva audífonos, la música la acompañará en el recorrido. Siente por instinto que no debe ir sola. Vive cerca del Valle, que en hebreo también se llama Gai Ben Hinnom (Valle del hijo de Hinón). Es un barranco afuera de la muralla sur de Jerusalén Antigua, a los pies del monte Sión y se extiende hasta la garganta del Kidron o Cedrón.
Este barranco al que va a descender no sería más que eso en cualquier rincón del planeta. Aquí es otra cosa, es el lugar exacto del Infierno, del latín infernum o inferus, inferior o bajo tierra, el cual en Jeremías 31:40 se describe como “llanura baja de los cadáveres y de las cenizas grasosas”. Nunca falta ahí un soldado. Ella se arriesga.
Desde el borde del despeñadero que fue maldecido tantas veces divisa al fondo mucha gente vestida de negro y un jinete en un caballo sin montura. Al mismo tiempo comienza a sonar en su MP4 la canción Luna, del reguesero panameño Eddy Lover, una pieza con mezcla de regae canalero con acordeón y algo de tamborito del interior de Panamá. Un vaho de calor y frío le sopla en la nuca. Desciende.
En la boca de la quiebra profunda hay un restaurante repleto de gente. Serán judíos que han violado el sábado, turistas cristianos que no comerán cerdo esta tarde e irán a misa mañana. Al lado, la Cinemateca de Jerusalén anuncia en hebreo que en la semana que empieza habrá un Festival de Cine para Niños auspiciado por Rusia, España, Italia y China.
La noche se acerca, le mira la luna sobre el monte Sión, Tania Canta con Eddy “es que yo quiero irme muy lejos donde ya no importa el tiempo donde ya no sopla el viento donde no me hablen de amor”. Y sigue descendiendo. La alcanzan, en la bajada, un grupo de presurosos jóvenes musulmanes. Pese a la música se imagina escuchar el gruñido de sus intestinos. No han comido, están en el noveno mes de su calendario lunar. Es el mes de Ramadam.
Los musulmanes que descienden junto a Tania son de un físico muy particular de los palestinos: piernas largas, cadera angosta, cintura estrecha, omoplatos muy anchos y caminar erguido. Se asemejan, piensa, a los avis, los habitantes del planeta Pandora, la luna del planeta Polifemo de la leyenda de Avatar, de James Cameron.
Tania termina de bajar la pendiente cuando le cortan el camino súbitamente un grupo de damas, hombres y niños vestidos a la occidental pero de negro cerrado. Son blancos de ojos claros, las mujeres llevan pelucas rubias o castañas y los varones de ojos azules llevan la patilla larga y se hacen con ella unos colochos que se mueven al andar junto con los hilos (tzitzit) que cuelgan de la falda a la vestimenta del judío ortodoxo.
Son judíos observantes del sábado, bajan la pendiente que comunica al Monte Moria, vienen de rezar en el Muro de los Lamentos, de despedir el sábado y van a su casa a encender las velas de Avdala, las que se encienden al terminar el día de descanso, bendecirán el vino y el pan, olerán especies aromáticas para recordar la santidad del sábado y comerán.
La chiricana, que hace años una familia hebrea de Panamá la trajo a Israel como empleada doméstica y ahora se ha quedado como ilegal, se abre paso entre los ortodoxos y llega por fin a la cañada, aquella donde los cananeos ofrecían niños al dios Moloj. Ya antes de que los hebreos esclavos escapados de Egipto llegaran a estas tierras, en el desierto, su Dios Adonai les advirtió a través de Moisés que: “Cualquier hijo de Israel o de los extranjeros que moran en Israel y que diere su hijo a Moloj, será muerto irremesiblemente; el pueblo de la tierra le matará a pedradas” (Levíticos XX- 2 (Vayikra en hebreo).
Posa sus pies sobre la verde hierba que cubre el Valle, donde dice el Tanaj hebreo que eran quemados los inocentes sacrificados a la deidad Moloj. Luego de ser proscrita la abominable práctica durante el reinado de Josías al conquistar las tribus de Israel estas tierras, el Valle, se convirtió en un vertedero donde además de la basura se tiraban los cadáveres de criminales y animales.
En Mateo 9:47 Jesús dice: “Y si tu pie te escandaliza, córtatelo: mejor te es entrar en la vida cojo que con ambos pies ser arrojado en la Gehenna, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga”. Y frente a ese lugar descrito por el hijo de María, Tania comenzó a hacer estiramientos para desenmutecer los músculos y entrar en calor.
Al frente unas musulmanas vestidas de hiyab negro y varios niños comienzan a colocar alfombras en el suelo y a poner vasijas sobre ellas. Ya sabe que Hiyab no es lo mismo que el Burka y en árabe significa ocultar, separar y no es solo el velo, sino la vestimenta completa. Para algunos occidentales la prenda humilla a la mujer, mientras que para muchas árabes la prenda las oculta de las miradas morbosas, no incita al pecado que llevaría al hombre al Jahanam, el infierno.
Dice el Corán de este lugar -donde hace sus estiramientos Tania, una rareza migratoria en Jerusalén venida desde los dominios del volcán Barú- que: “ En verdad el infierno está al acecho. Una morada para los rebeldes, quienes permanecerán en él durante siglos y en él no probarán ni fresco ni la bebida”-Surah Al Naba, cap 78 22-26.
Un grupo de soldados camina hacia ella. Tania se recoge el cabello lacio y negro como si fuera el calor la que la intimidara y no la posibilidad de ser detenida. Se inclina a amarrarse los cordones y por el rabillo del ojo, los soldados se acercan. Aun así Tania no se arrepiente de haber salido hoy, el infierno no la aterroriza.
Este sitio, para los antiguos hebreos no era un lugar en un mundo imaginario ni metafórico sino un lugar concreto en las afueras de Jerusalén, un lugar de ritos paganos, posteriormente un macabro basurero donde seguro se quemaban los desperdicios a fuego y que para combatir el mal olor tal vez le tiraban azufre. Tania siente el olor de los soldados que la rodean. Shalom, saluda, Shalon shalom, responden ellos.
Tania les sostiene la mirada, les sonríe y sigue haciendo sus estiramientos.
"¿Mi efo at?", pregunta uno. Ella responde: "Mi Panama, Mercaz America".
"Uauay, ieshli javerim sham, jem ovdim im jehudim mi panama", ("tengo amigos allá, trabajan con los judíos allá") dice un soldado.
"Ken, iesh arve israelim she ovdim sham" ("sí, hay muchos israelíes que trabajan allá") contesta Tania.
__ "At lomdet po"? (estudias acá) Pregunta un soldado
__ "Lo ani avodet ba kibutz Ramat Rahel im javerot" ("No, yo trabajo en el kibutz Ramat Rahel con amigas") responde Tania mirando hacia el fondo del Valle. Si los soldados hacen más preguntas estará en aprietos, no podrá escapar del Gai Hinnon.
El vertedero, el Cerro Patacón bíblico, pasó a convertirse en el sobrenatural infierno cristiano al interpretar los griegos los textos bíblicos y luego al nacer el islam, los musulmanes también pusieron su gota de imaginación y después sería el paraíso temático de Hollywood que ha explotado sus distintas versiones hasta llenar los bolsillos de oro de unos cuantos.
Tania ve a las mujeres musulmanas que están en el Valle. Terminan de acomodar la comida y esperan con sus hijos pequeños que sus esposos vengan de rezar de la Mezquita, ya que llama el muhadín al rezo de la tarde. Está por romperse el ayuno de este día. Ellas esperan tranquilas con sus pequeños .
Los niños juegan con pelotas del futbol, varios llevan la camiseta número 10 del Barcelona con el nombre de Messi. Los fanáticos de Leo se detienen para acariciar un hermoso caballo que un joven jinete palestino pasea por este sitio hoy paradisiaco, lugar que en otrora fuera señalado como un sitio maldito.
Padres israelíes con sus hijos cruzan el valle que los árabes llaman Wadi (valle) er-Rababi para llevarlos a actividades de ballet, teatro o música en un centro justo enfrente de la cinemateca, pero en la otra orilla del valle, ya que en pocas horas habrá terminado el sábado.
Tania ejercita el cuello frente a los soldados, observa un poco más adelante, a cristianos, algunos griegos, otros armenios, otros latinos, subiendo, que tratan de acortar camino pasando por el torrente hasta alcanzar las murallas de la ciudad y entrar por la puerta de Yafo, que los llevará hasta el Santo Sepulcro, mientras un grupo de jóvenes karatekas se ejercita, más apartado.
Tania mintió solo a medias. A los soldados la respuesta les pareció normal, muchos jóvenes vienen a trabajar a los Kibutz, la confundirían con una sefaradí (judío que habla castellano).
__"Lehitraot y vaslaja" ("adiós y buena suerte" ) se despiden de ella los soldados. No hubo más preguntas.
Tania termina de cruzar el valle para empezar a subir la montaña, saluda a los menudos futbolistas palestinos: "salam alekum" y ellos le devuelven el saludo al revés. Unos más alegres le chocan la palma de su mano como colegas del deporte.
La doméstica se aleja y vuelve la mirada hacia el Valle, nada queda de los sacrificios de inocentes. Abajo, niños de diferentes creencias hacen distintas actividades bajo la mirada responsable de un adulto o familiar, y siente la paz de los musulmanes en su ayuno, la paz de los judíos al terminar el sábado y de los católicos en espera de su domingo, de los deportistas por estar en paz con su cuerpo. Tania cierra los ojos, no sabe rezar a ningún Dios, pero pide a la Fuente, su deidad imaginaria, que este instante se vuelva eterno.
El sol al caer lanza rayos dorados que pintan de oro las murallas de Jerusalem, emprende la subida por el precipicio conocido antes como Tierra de Nadie y divisa a lo lejos Cisjordania, un taxista escucha noticias. Para el primero de septiembre reiniciarían los contactos para la renovación del diálogo palestino- israelí. Tania comienza a correr.
Más abajo también corren el jinete y su bestia. Aunque en dos caminos distintos, Tania, la empleada doméstica que se ha quedado en un limbo migratorio en Israel, y el jinete del Ramadán se dirigen hacia una misma dirección: las tierras del Apocalipsis.
(Luna Kureta es corresponsal de la Cueva del Alcaraván en Medio Oriente)
Me encantó esta historia. Es la crónica de un día en el Infierno (al menos desde el punto de vista cristiano). Ahí están las miradas de los judíos, musulmanes y crisianos. Además, retrata la tensión existente por el control de este sitio, hoy en manos de los hebreos. Creo que es uno de los sitios más importantes del mundo moderno. La crónica me lo hizo ver.
ResponderEliminarPensé que el infierno era una idea, no un sitio.
ResponderEliminarUn tono moderno de una historia antigua a cargo de una escritora contemporánea en mundos legendarios. Esos universos tan ricos que nos dejan perplejos, esa densidad donde el significado dejan el misterio. Excelente aporte de la invitada.
ResponderEliminarLa próxima vez que alguien te diga que el infierno no existe, ya sabes qué responderle, o mejor dicho, a dónde mandarlo.
ResponderEliminarAristides Cajar Páez
hummmm... Cuando venga el Mesías, qué pasará con el Infierno?
ResponderEliminarDescriptivo, acerca al lector panameño, buen relato.
ResponderEliminarMe encantó. Si que es el infierno.
ResponderEliminarCuando alguien te manda al infierno, como sugiere Cajar habria que contesar: si gracias, yo se donde queda, pero pagame el pasaje porque dependiendo de la temporada sale mas de $1,200 .
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