lunes, 4 de octubre de 2010

El viejo





Aristides Cajar Páez

"¡Déjenme!, ¡déjenme!" , gritaba el hombre mientras los guardias intentaban asirlo por el cuello. "¡Déjenme!", insistía mientras forcejeaba con una fuerza que no se correspondía con su edad aparente. Tenía el rostro surcado por arrugas profundas, la piel se veía áspera y sucia y los ojos, hundidos en unas cuencas profundas, minerales, le conferían una expresión sombría. De la cabeza pálida como un hueso, le nacían irregulares y largos mechones de pelo blanco. Vestía un ruinoso gabán de corduroy y un pantalón de dril gastado por el uso y el tiempo. Los pies cargaban unas cosas oscuras que bien podrían ser botas pesadas o zapatos de trabajo, indistinguibles bajo la costra de mugre y lodo que los cubría. Una inmensa joroba crecía en su espalda deformando su cuerpo de manera grotesca. Tres guardias fornidos y rudos, curtidos en el combate urbano, no podían vencer la resistencia del aparentemente frágil viejecillo que prácticamente los arrastraba por las calles del barrio bajo la mirada de los vecinos que observaban la escena con una mezcla de asombro, indignación y burla. Los guardias habían encontrado al abuelo en una esquina, de madrugada, haciendo unos movimientos muy raros. Creyeron que estaba borracho y lo conminaron a acompañarlos hasta la estación de policía para averiguaciones sobre sus generales y para que pasara la resaca en un lugar menos inseguro. Pero él no quiso ir. "¡Ya verán! ¡ya verán!", les decía con furia mientras los uniformados intentaban retomar el control de la situación. Los tres mocetones sudaban y jadeaban mientras trataban, en vano, reducir al viejo. Altas nubes grises se alzaban en un día sin sol. Mas allá de la última calle del vecindario se extendían los amplios baldíos cubiertos de pastizales y arbustos que marcaban el límite de la ciudad. Algunas vacas pastaban por allí, parsimoniosas e indiferentes. De repente, el viejo se les zafó a los guardias y salió corriendo. Antes de que pudieran agarrarlo otra vez, se despojó del gabán, desplegó unas enormes alas blancuzcas y sucias y remontó el vuelo. Mientras se alejaba, desde el aire escupía maldiciones.

5 comentarios:

  1. Hummm... Me recuerda un cuento del Gabo que habla sobre ángeles sucios...

    Ana Teresa

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  2. Hummm.... El regreso de Un señor muy viejo con alas enormes. Vino volando. Seguro que el viejo dio un par de aletazos indignos y que fue perseguido por las gaviotas que se comían las garrapatas de las vacas de los pastizales. Muy marquesiano. PD: las alas estaban sucias porque había llovido tres días y cuatro horas seguidas.

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  3. Reconozco que el personaje no parece muy original. Juro que no pensé en la historia del Gabo, al menos no de manera consciente. Pero, a diferencia del benévolo, apacible y enajenado ángel herido que todos querían ver en la historia de García Márquez, este es un viejo cascarrabias,resentido y cochino que lo único que quiere es que no lo jodan.

    Aristides Cajar Páez

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  4. Es una buena forma de escapar de esas cosas que nos molesta, que nos jode.

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  5. Una Pieza literaria de esas con mayúscula. Estamos ante la presencia de un trabajo perfecto desde el punto de vista técnico. Un conflicto en todos sus aristas y un final sorpresivo, aunque las pistas para llegar a ese desenlace estaban señaladas.
    Seguramente, sin embargo, su mayor mérito es la unión de ese ambiente denso, popular, tan panameño con gente que ve con "asombro, indignación y burla" y el ambiente fantástico. Salve el autor y en buena hora nos acompaña en este proyecto.

    M. A.

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