
El amarillo
Mario Andres Muñoz
Es la hora del color amarillo. Antes me alegraba. La aceleración motivadora, el frenazo oportuno y los juveniles rostros asomados en las ventanas. El amanecer portaba la alegría y movía en un concierto extrañamente armónico el laberinto. Yo, que odio las cosas domésticas, planchaba todos los domingos en la tarde. Era por el niño. El mismo que se iba en una de las cápsulas, que se detenía en la puerta y desaparecía en la calle, embarcado rumbo al Norte. Cápsulas que siguen roncando ahora con un dejo nostálgico y lo que antes era frenesí hoy es locura pura. Ruido de todas las mañanas. Cuando la casa vacía aprieta, el sueño se interrumpe por los ecos borrosos y segura estoy que los domingos en la tarde seguiré sin plancharle a nadie.
Este cuento me lastima. Es muy doméstico, humano. Y me gusta porque toma un pedacito de la cotidianidad para contar el dolor que produce perder esas rutinas que se viven con los hijos.
ResponderEliminarAna Teresa
Buenísimo!
ResponderEliminarEs breve y lacerante. Un tono natural y maternal como lo cuenta el autor. La propuesta de tener una visión femenina le funcionó. Sin embargo, es esa clase de historias que te dejan triste.....
ResponderEliminarClaro que da lástima Ana, tan solo de imaginarlo me dan ganas de llorar. Mario, gracias por compartir tu pluma y revivir la cueva!!
ResponderEliminarEl breve y eficaz cuento de Mario nos toca especialmente a los que perdimos de un momento a otro esas rutinas con nuestros hijos. Es cierto. El vacío aprieta. Los ruidos familiares lastiman. Y el tiempo no vuelve.
ResponderEliminarAristides
Ana Teresa, Jandi, José, Aristides, Ximena. No había tenido de agrader sus comentarios que al final demuestran que nos identificamos con cosas parecidas,escenas cotidianas que todos de alguna manera sufrimos. Sus palabras son estímulos a la expresión de las cosas que uno va guardando y están esperando aparecer en La Cueva o en otro espacio público. Simplemente, gracias.
ResponderEliminarM A