martes, 13 de abril de 2010

Desandar

Aristides Cajar Páez

No conozco su nombre. Sé que lo había visto antes. Muy sucio y descuidado, su negra piel estaba opaca y cenicienta. Era alto y pese a que se adivinaba que llevaba tiempo sin comer, sus huesos aún se notaban fuertes. Él decidió hacer ese día algo que todos deseamos alguna vez. Cumplir un sueño infantil, curarnos de dolores, borrar las memorias desagradables de la vida. Cuando éramos pequeños nos dijeron que no. Que era imposible. Que era una necedad. Ahora también se lo hemos dicho a nuestros hijos. Que no se puede. Que es absurdo. Que solo pasa en las cómicas y en las películas. Que es un rasgo de inmadurez, una pataleta inútil para no aceptar los hechos. La mañana era luminosa y el sol invadía todos los espacios, se apoderaba de todas las superficies. Allí estaba él. Pasé a su lado en el carro, despacio. La calle estaba congestionada. Los vehículos apenas se movían. Entonces vi el milagro. Lentamente, paso a paso, él descontaba los minutos, se iba hundiendo en el tiempo. Que los entendidos decidan si es locura o fábula. Yo sé lo que vi. Sobre el puente de Río Abajo, el negro enorme sonreía: caminando hacia atrás había logrado regresar al pasado.

6 comentarios:

  1. Ritmo implacable y descripción precisa que nos lleva a nuestra concreta ciudad y sus personajes. Bravo Aristides.

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  2. Es muy Cajar. Bueno, directo y bien descrito.

    Eliana

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  3. Me gusta el juego del tiempo. Sólo unos pasos y regresas. ¿Alguno de nosotros quisiera regresar?

    Ana Teresa.

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  4. La pluma de Cajar es, para mí, excelente... el ritmo del relato, la fuerza de la palabras que utiliza, lo descriptivo y lo poético... A propósito Mario Andrés, porque no subes tu pieza al blog... si, esa la de la Gallina, esta buenisima.

    José G.P.

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  5. Muy fresca y descriptiva. Definitivamente mucho talento.

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  6. Afirmo lo dicho anteriormente. Fresco, descriptivo, muy bueno, muy Cajar.

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