sábado, 10 de abril de 2010

Recuerdos del viejo carnicero

José González Pinilla

Marcos Vega puso sobre el mostrador el último trozo de pierna de cerdo que le quedaba para culminar su faena diaria como carnicero. Era cerca de la una de la tarde. Se limpió las manos con su delantal y empezó a cortar en trozos la pierna del marrano con su hacha favorita. Ese era el último pedido que debía despachar a sus clientes, que visitan todos los días el nuevo Mercado Público Municipal, en Santa Ana, su lugar de trabajo.

Muchos años antes, cuando era niño, Marcos Vega vendía bolsitas de plásticos, incienso y ungüentos chinos en el viejo Mercado Público, que quedaba frente a la bahía, pero que fue demolido en 2006. Aún mantiene en su memoria algunos episodios que vivió en ese lugar, construido a inicios de la República.

En los puestos de ventas, dice, no se podía caminar con facilidad, la gente se tropezaba con cualquier cosa: con un perico enjaulado, con cabezas de plátanos que recién habían bajado de una barcaza que partió el día anterior de Daríen, con rollos de alambres, con botas de militares, con cualquier cosa. Los marinos, recuerda, llegaban en horas de la madrugada, al medio día, al caer la tarde, casi a toda hora. Las cantinas, las mismas que aún perduran con sus luces de neón, se mantenían repletas de pescadores y mercaderes. Incluso, las frecuentaban personas "estudiadas", comenta Vega con picardía. "Antes había menos prostitutas extranjeras que ahora", comenta, sin que se lo pregunte.

Los buhoneros se apostaban en las orillas de las estrechas calles vecinas del mercado. Otros alquilaban un puesto dentro del local. Contiguo al mercado, también operaban el Mercado de Gallinas y el de Mariscos.

"Había mucho movimiento", dice Marcos, mientras se quita el delantal. Hace 45 años tomó la decisión de abandonar la venta de incienso y bolsitas de plásticos para dedicarse a cortar carne.

En ese entonces, Marcos empezó a despertarse más temprano de lo que estaba acostumbrado, todo por tener un sueldo fijo. Salía de su casa -igual como lo hace ahora- a las tres de la madrugada. Ahora, dice con nostalgia, que aus clientes ya no son los mismos. Ni sus compañeros. Ni su puesto de trabajo. Ahora esta en un pequeño cubículo, y un poco lejos del mar.

7 comentarios:

  1. Mi abuelo también tuvo un puesto de mercado, pero en el Mercadito de Arias, hace tiempo desaparecido. El relato de Jose me trajo recuerdos de las historias que contaba mi abuelo sobre la vida en el mercado. Son trozos de la historia cotidiana, de esa que nadie publica, aunque todos hablan de ella. No hay que dejar morir esos testimonios. Muy bien.

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  2. La historia de Jose me trajo recuerdos de mi abuelo, quien también tuvo un puesto de mercado, pero en el llamado Mercadito de Arias, hace tiempo desaparecido. No hay que dejar desaparecer estos testimonios de historia cotidiana.

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  3. Que bueno leer una historia cotidiana de nuestro compañero Josecito. Me gustó el final.

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  4. Bravo José. Es el tipo de lectura cotidiana, real, descriptiva que uno aprecia.

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  5. Una cálida historia de esas que suceden todos los días en la ciudad. Interesante.

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  6. Es una historia que tenia guardada, pero que nunca es tarde para publicar... son episodios reales, con personajes reales, que aveces pasamos sin prestarle atención...

    Jose G.P.

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  7. Los felicito por el blog y me alegra que los periodistas recorran los caminos literarios que les son tan afines. Buena suerte y abundante producción, Griselda López

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